La espera (un cuento encuarentenado)
- ¿Cuándo
vendrán los chicos? – preguntó la hamaca que de tan quieta que estaba ya se
había olvidado que alguna vez se balanceaba de adelante hacia atrás y de atrás hacia
adelante.
- No
tengo la menor idea- respondió el tobogán mostrando su lengua larga donde hacía rato no
resbalaba ningún chico.
- Me
dijeron que se fueron- se metió intrigante el pasamanos.
- ¿Adónde van a irse?-
chilló el subibaja
- Me
dijeron que se fueron del mundo- siguió intrigando el pasamanos.
- No
digas tonterías- le salió al cruce la calesita – esas son fake news
- ¿Qué
son qué?- gritaron todos.
-
Noticias
falsas, mirá si los chicos se van a ir del mundo
- ¿Y
por qué no vienen entonces?- apuró la hamaca haciendo el máximo esfuerzo por columpiarse,
inútil de todos modos.
- Yo
sé lo que digo, se fueron del planeta, se mandaron a mudar. Así de simple
- ¿Y
cómo se fueron? – la desafió el bebedero, uno de los pocos bebederos que todavía quedaban en las plazas de la ciudad.
- -Eso
no me lo dijeron, pero que se fueron, se fueron
- Claro,
en una escoba de bruja- se rió el tobogán.
- O en
un cohete espacial- se burló la calestia
- O en
la cola de un cometa- se recontraburló la hamaca.
- O
aprovecharon una migración de pájaros
salvajes – dijo una de las palomas que ahora eran dueñas de la plaza
Todos
se quedaron callados durante varios minutos mirando a las palomas que daban
vueltas y vueltas sin encontrar ni una miguita para comer. Pronto levantaron
vuelo, todas menos la que había hablado. Se posó sobre la parte alta del subibaja
y éste aprovechó para preguntarle:
- ¿Qué
dijiste?
- - Que
se fueron aprovechando una migración de pájaros salvajes
- Eso
sí tiene sentido- afirmó la hamaca
- Eso
sí es posible- agregó la calesita
- -No
lo había pensado – reconoció el pasamanos.
-
Así lo hizo el Principito- asoció el tobogán.
Y la
paloma levantó vuelo para alcanzar a sus compañeras.
- ¡¡¡Eyyy paloma!!! ¿Volverán?- gritó la
calesita
La paloma
ya estaba lejos.
- Si
no vuelven nosotros no tenemos sentido- se entristeció el tobogán.
Quedaron
en silencio. En un silencio más silencioso del que llevaban desde hace setenta
días. Un silencio más pesado. Hasta ahora era el silencio que esperaba que un
día entraran por la puerta de los juegos atropelladamente un enjambre de
chicos. Pero en este momento descubrían el silencio de la no espera, que es un
silencio que desespera.
- - Mi
niño volverá a buscarme- todos miraron a
una pelota que estaba abandonada al lado del arenero, uno de los pocos areneros que todavía quedaban en los parques de la ciudad - a mí me olvidó acá justo el día en que
cerraron la plaza. Y él vendrá, sí que lo hará.
- -Y mi
niña también vendrá- se sumó el subibaja recordando a esa nena que le gustaba
hacer un peligroso equilibrio en su tabla de madera.
- Y
también vendrá mi niño que cada día está más cerca de hacer todo el recorrido
por las barras, le falta justo la última, sí claro que vendrá- gritó eufórico
el pasamanos.
Y todos empezaron a recordar a esos chicos que se hamacaban parados, se subían al tobogán al revés o se tiraban
de cabeza por el tubo caracol. Ya les
parecía volver a escuchar sus risas y sus gritos.
Poco a poco se fueron calmando. Los tomó de nuevo el
silencio.
- -¿Volverán?
– murmuró despacito la hamaca.
- Si
el Principito volvió a su asteroide para cuidar su rosa ellos volverán a esta
plaza para disfrutar de nosotros- sentenció la calesita
- Seguro
- Algún
día
- Pronto.
- Ojalá
La noche se acurrucó
entre los juegos de la plaza.
Juan Pedro Mc Loughlin
¡Preciosa historia!
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