martes, 2 de junio de 2020


 La espera (un cuento encuarentenado)

-         ¿Cuándo vendrán los chicos? – preguntó la hamaca que de tan quieta que estaba ya se había olvidado que alguna vez se balanceaba de adelante hacia atrás y de atrás hacia adelante.
-          No tengo la menor idea- respondió el tobogán mostrando su lengua larga donde hacía rato no resbalaba ningún chico.
-          Me dijeron que se fueron- se metió intrigante el pasamanos.
-         ¿Adónde van a irse?- chilló el subibaja 
-         Me dijeron que se fueron del mundo- siguió intrigando el pasamanos.
-         No digas tonterías- le salió al cruce la calesita – esas son fake news
-          ¿Qué son qué?- gritaron todos.
-          Noticias falsas, mirá si los chicos se van a ir del mundo
-        ¿Y por qué no vienen entonces?- apuró la hamaca haciendo el máximo esfuerzo por columpiarse, inútil de todos modos.
-        Yo sé lo que digo, se fueron del planeta,  se mandaron a mudar. Así de simple
-          ¿Y cómo se fueron? – la desafió el bebedero, uno de los pocos  bebederos que  todavía quedaban en las plazas de la ciudad.
-        -Eso no me lo dijeron, pero que se fueron, se fueron
-          Claro, en una escoba de bruja- se rió el tobogán.
-         O en un cohete espacial- se burló la calestia
-          O en la cola de un cometa- se recontraburló la hamaca.
-         O aprovecharon  una migración de pájaros salvajes – dijo una de las palomas que ahora eran dueñas de la plaza

Todos se quedaron callados durante varios minutos mirando a las palomas que daban vueltas y vueltas sin encontrar ni una miguita para comer. Pronto levantaron vuelo, todas menos la que había hablado. Se posó sobre la parte alta del subibaja y éste  aprovechó para preguntarle:
-         ¿Qué dijiste?
-         - Que se fueron aprovechando una migración de pájaros salvajes
-          Eso sí tiene sentido- afirmó  la hamaca
-          Eso sí es posible- agregó la calesita
-         -No lo había pensado – reconoció el pasamanos.
-           Así lo hizo el Principito- asoció el tobogán.
Y la paloma levantó vuelo para alcanzar a sus compañeras.
-           ¡¡¡Eyyy paloma!!! ¿Volverán?- gritó la calesita
       La paloma ya estaba lejos.
-          Si no vuelven nosotros no tenemos sentido- se entristeció el tobogán.

Quedaron en silencio. En un silencio más silencioso del que llevaban desde hace setenta días. Un silencio más pesado. Hasta ahora era el silencio que esperaba que un día entraran por la puerta de los juegos atropelladamente un enjambre de chicos. Pero en este momento descubrían el silencio de la no espera, que es un silencio que desespera.

-        -  Mi niño volverá a buscarme-  todos miraron a una pelota que estaba abandonada al lado del arenero, uno de los pocos  areneros que todavía quedaban en los parques de la ciudad -  a mí me olvidó acá justo el día en que cerraron la plaza. Y él vendrá, sí que lo hará.
-          -Y mi niña también vendrá- se sumó el subibaja recordando a esa nena que le gustaba hacer un peligroso equilibrio en su tabla de madera.
-          Y también vendrá mi niño que cada día está más cerca de hacer todo el recorrido por las barras, le falta justo la última, sí claro que vendrá- gritó eufórico el pasamanos.

Y todos empezaron a recordar a esos chicos que se hamacaban parados, se subían al tobogán al revés o se tiraban de cabeza por el tubo caracol.  Ya les parecía volver a escuchar sus risas y sus gritos.
Poco a poco se fueron calmando. Los tomó de nuevo el silencio.
-        -¿Volverán? – murmuró despacito la hamaca.
-         Si el Principito volvió a su asteroide para cuidar su rosa ellos volverán a esta plaza para disfrutar de nosotros- sentenció la calesita
-          Seguro
-          Algún día
-         Pronto.
-   Ojalá
La noche se acurrucó entre los juegos de la plaza.

                                        Juan Pedro Mc Loughlin