sábado, 7 de junio de 2014

Los olvidadizos



Mi amigo se detuvo frente a las ventanas del restaurante. Leyó: Hoy: Paella a la Valenciana. De once a catorce hs.” El precio era accesible. Mi amigo tenía hambre porque no había desayunado y miró su reloj pulsera:10.55. Mientras esperaba que corrieran esos minutos revisó su billetera. Se había olvidado el dinero sobre la mesa del comedor de su casa. Pero tenía la tarjeta de débito, aunque había olvidado el documento de identidad. Preguntó y a dos cuadras encontró un cajero automático. Cuando en el tercer intento la máquina le “tragó” la tarjeta se dio cuenta que había olvidado la clave.

Pero ahí recordó que estaba a tres cuadras de mi casa. Y mi amigo decidió venir a pedirme prestado el dinero para comer su paella a la valenciana. Cuando llegó al edificio descubrió que había olvidado cual era el piso y la letra del departamento donde yo vivía. Al séptimo intento y al tercer insulto decidió probar con el celular pero se había olvidado de cargar crédito.
Ahí tomó conciencia que era martes y recordó que yo le había dicho que todos los martes a las 11.30 salgo para ir a nadar en la pileta del Círculo Urquiza. Decidió esperarme. Pero yo me había olvidado que era martes y creía que era miércoles, día que interrumpo la escritura de mis cuentos a las 12.30 hs para ir a leer y tomar unos mates en la plaza. Cuando llegué a la planta baja con mi matero con sus respectivos elementos vi a mi amigo que estaba parado en la entrada protegiéndose de la lluvia. Me había olvidado de mirar por la ventana antes de salir hacia la plaza pero por suerte ese descuido hizo que me encontrara con mi amigo

Solo pudimos saludarnos a través del vidrio porque yo había olvidado las llaves dentro del departamento. El portero tuvo la amabilidad de abrir la puerta. Mi amigo me contó sus deseos de comer paella a la valenciana y le pedí que me acompañara a la casa de mi hija quien tenía una copia de las llaves. El portero nos prestó un paraguas porque llovía a cántaros. Caminamos pegaditos uno al otro las trece cuadras que separan mi casa de la de mi hija porque ninguno de los dos tenía la Sube encima.

Cuando llegamos mi hija no se acordaba donde había puesto el juego de llaves. Buscó y buscó y no quisimos incomodarla más y le pedimos algo de dinero porque ya no solo tenía hambre mi amigo sino yo también. Mi hija nos invitó a almorzar pero mi amigo se había antojado con la paella a la valenciana.

Volvimos caminando más relajados porque había parado de llover y decidimos, por fin, ir a comer, pero mi amigo, de tantas vueltas que dio, no recordaba dónde estaba el restaurante. Después de recorrer cinco establecimientos lo encontramos. Cansados pero anticipando el deleite del manjar nos paramos frente a la puerta. No había ningún cartel anunciando la paella a la valenciana. Al preguntarle a un mozo tuvo la amabilidad de informarnos que la oferta era válida hasta las 14 hs. Y señaló el reloj: 14: 05.

Sin desanimarnos fuimos a la plaza, buscamos un banco que no estuviera mojado y nos dispusimos a tomar mate. Pero me había olvidado la bombilla.
Entendiendo que el destino nos decía que cada uno se ocupase de sus cosas quise que mi amigo comprara una nueva Sube pero en todos los lugares había un cartel intimidatorio que decía: ACA NO SE VENDE NI CARGA SUBE. NO INSISTA. Tampoco hubiera podido comprarla porque ahí me di cuenta que había dejado el dinero que me prestó mi hija en el baño de su casa cuando me fui a lavar las manos antes de partir. Soy muy aseado.

Mi amigo decidió ir a su casa caminando. Estaba a solo setenta y cinco cuadras.
Se olvidó de darme el paraguas y yo me olvidé de pedírselo. ¿Qué le diría al portero? No tuve problemas porque el encargado se olvidó de reclamarlo.
Empecé a buscar un cerrajero pero en mi barrio todos descansan durante la hora de la siesta y tuve que esperar hasta las cuatro para que abriesen.

Cuando al fin pude lograr que el cerrajero abriera la puerta de mi casa sonó el teléfono. Era mi amigo que se había llegado a su casa, hablaba agitado pero no era por la caminata. “No sabés lo que están pasando en la tele”. “¿Qué?” le dije mientras veía como el cerrajero hacía hábilmente su trabajo. “Dice crónica en letras grandes que los comensales de ese restaurante, los que comieron la paella a la valenciana, están todos internados, se intoxicaron. A veces ser olvidadizo te salva ¿no?”

Yo no contesté porque el cerrajero estaba guardando sus herramientas. Empecé a hablarle de cualquier cosa, para distraerlo. Esperaba que el hombre se olvidara de cobrar su trabajo. Pero no, se plantó frente a la puerta de la cocina y me largó la cifra. Yo estaba cansado, mojado, con el estómago vacío y tenía frente a mí un cerrajero que me estaba rompiendo el presupuesto del mes. Inolvidable.

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