Yo no usaba mi arma desde mucho tiempo atrás. Pero la
necesitaba. La saqué de un cajón del
escritorio. Temía que se hubiese herrumbrado. Con la misma gamuza que la cubría
le quité el polvo acumulado. Eran tiempos violentos. Y yo tenía un arma que
disparaba a repetición. Ya no quedaban muchas de esas en un mundo donde llevar
una cuarenta y cinco en la cintura era cosa de todos los días. Después de
revisarla cuidadosamente sentí un gran alivio al ver que todo estaba en perfectas condiciones. Me
felicité por haber sido tan cuidadoso al guardarla. Coloqué mi arma sobre la
mesa. Estiré los dedos entrelazando las dos manos y los hice sonar. Coloqué una
hoja de papel en el rodillo y empecé mi novela disparando setenta palabras por
minuto. Record letal.
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martes, 10 de octubre de 2017
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