miércoles, 18 de junio de 2014

Cuatro tipos


Estaban sentados en la mesa de un bar. Cuatro tipos.
- Bueno, ya estamos acá- rompió el silencio el más flaco con barba perita.
No se habían visto nunca, se conocieron a través de las redes sociales. Los cuatro tipos
- Todos tenemos el mismo problema – dijo el más gordo revolviendo su café.
- Yo propongo que digamos la verdad- suspiró el que usaba traje y corbata.
- Políticamente incorrecto- lo corrigió el cuarto tipo, el que había pedido un té.
- Yo en el mundial pasado- dijo el de barba perita- quise fingir. Participar de los partidos. Pero me fue mal. Los vimos en la oficina. Como no sé quien juega con quien en el partido con Alemania grité el primer gol alemán creyendo que era nuestro. Me putearon de arriba abajo. Encima después hicieron tres más. Y no me hablaron durante tres meses.
- Estratégicamente incorrecto- murmuró el cuarto tipo, poniendo limón en su te.
- Yo pedí licencia en el trabajo por enfermedad. – dijo el gordo que seguía revolviendo el café- Pretendía quedarme un mes encerrado en casa. Pero me mandaron el médico a domicilio y me descubrieron. Me descontaron los días y casi me echan.
- Económicamente incorrecto- musitó el cuarto tipo tomando el té de a sorbitos.
- Yo en el mundial de Japón me fui a una isla desierta.- dijo el de traje aflojándose la corbata.- Pero la lancha que me tenía que ir a buscar al mes no vino. Recién me rescataron a los tres meses. Adelgacé veinte kilos y volví desnutrido.
- Saludablemente incorrecto- el cuarto tipo había terminado su té y se limpiaba suavemente la boca con una servilleta.
Los tres, el más flaco, el gordo y el de traje miraron al cuarto tipo y dijeron al mismo tiempo:
- Y ¿ a usted que le pasó?
- A mí nada
- Pero entonces ¿sabe de fútbol?- dijo el primero haciéndose rulos con la barba.- A ver ¿qué es el off side?
- Eso es fácil- dijo el gordo que seguía revolviendo el café frío- solo hay que saber inglés. Significa fuera de juego. Es cuando hacen los cambios, sale del juego un jugador y entra otro.
- ¡Ah! Por lo menos vos sabés algo. Yo ni eso. – se lamentó el más flaco que estaba cada vez más flaco.
- Pero usted ¿para qué vino? ¿No está preocupado? Un mes es demasiado tiempo para pasar desapercibido en una ciudad que solo habla de lo mismo.- insistió el del traje que ya se había sacado la corbata.
- Yo tengo solucionado el problema- sonrió el cuarto tipo.
- ¿Se queda en su casa?
- No
- ¿Se esconde en el baño del trabajo?
- No
- ¿Se va a fumar al balcón en los cumpleaños?
- No
- ¡¿¡¿Y cómo hace!?!?- gritaron los tres tipos moviendo la mesa y haciendo bailotear las tacitas.
- Muy simple- el cuarto tipo habló tan bajito que los otros tres tuvieron que juntar las cabezas en el centro de la mesa- mi mujer sabe un montón de fútbol. Se ve todos los partidos. Conoce el nombre de todos los jugadores. Sabe de táctica y estrategia futbolera.
- Peor que peor. Es su mujer. Todos lo deben cargar el doble.- se fastidió el gordo limpiándose el café que le había caído en el pantalón.
- Pero además de ser mi mujer me ama. Cosa que a veces no van juntas. Ella a la noche hace un resumen de todo lo que pasó en el día. Resultados de los tres partidos. Jugadas polémicas. Rendimiento de los jugadores. De los árbitros. Me lo manda por mail. Y yo a la mañana lo memorizo. Y después repito en todos lados lo que aprendí. Todos se admiran de mi conocimiento. Es que ella es una analista del fútbol excepcional.
El silencio resbaló por la mesa del bar. Los tres tipos miraron al cuarto tipo como si fuera la primera vez que lo veían.
- Y … no podría – se animó a decir tímidamente el tercer tipo que ya se había sacado el saco- ¿no podría mandarnos ese resumen… a nuestros correos? ¿a qué hora los lee?
- A las seis y media. Con el desayuno. Solo me bastan quince minutos. ¿Tienen buena memoria? No pueden equivocarse en nada porque sería fatal, quedan al descubierto.
- Yo sí- dijo el más flaco.
- Yo también- dijo el gordo
- Yo no- reconoció el que ya no tenía traje- pero me voy a arreglar como hacía en el secundario. Me hago machetes y los distribuyo por la ropa.
- ¿Y? - dijeron los tres tipos- ¿Nos haría ese favor?
- Sí, pero si los descubren no citen la fuente. A mi mujer no le gustaría.
- ¡ De ninguna manera! – clamaron los tres y empezaron a escribir en las servilletas sus direcciones de correo.
- A las seis y media ¿no? – se aseguró el más flaco.
- El resumen completo ¿no? – se interesó el más gordo.
- Gracias. – se enterneció el destrajeado- No sabe el peso que nos quita de encima.
- Amigablemente correcto- susurró el cuarto tipo comiendo la masita que le habían traído con el té.

sábado, 7 de junio de 2014

Los olvidadizos



Mi amigo se detuvo frente a las ventanas del restaurante. Leyó: Hoy: Paella a la Valenciana. De once a catorce hs.” El precio era accesible. Mi amigo tenía hambre porque no había desayunado y miró su reloj pulsera:10.55. Mientras esperaba que corrieran esos minutos revisó su billetera. Se había olvidado el dinero sobre la mesa del comedor de su casa. Pero tenía la tarjeta de débito, aunque había olvidado el documento de identidad. Preguntó y a dos cuadras encontró un cajero automático. Cuando en el tercer intento la máquina le “tragó” la tarjeta se dio cuenta que había olvidado la clave.

Pero ahí recordó que estaba a tres cuadras de mi casa. Y mi amigo decidió venir a pedirme prestado el dinero para comer su paella a la valenciana. Cuando llegó al edificio descubrió que había olvidado cual era el piso y la letra del departamento donde yo vivía. Al séptimo intento y al tercer insulto decidió probar con el celular pero se había olvidado de cargar crédito.
Ahí tomó conciencia que era martes y recordó que yo le había dicho que todos los martes a las 11.30 salgo para ir a nadar en la pileta del Círculo Urquiza. Decidió esperarme. Pero yo me había olvidado que era martes y creía que era miércoles, día que interrumpo la escritura de mis cuentos a las 12.30 hs para ir a leer y tomar unos mates en la plaza. Cuando llegué a la planta baja con mi matero con sus respectivos elementos vi a mi amigo que estaba parado en la entrada protegiéndose de la lluvia. Me había olvidado de mirar por la ventana antes de salir hacia la plaza pero por suerte ese descuido hizo que me encontrara con mi amigo

Solo pudimos saludarnos a través del vidrio porque yo había olvidado las llaves dentro del departamento. El portero tuvo la amabilidad de abrir la puerta. Mi amigo me contó sus deseos de comer paella a la valenciana y le pedí que me acompañara a la casa de mi hija quien tenía una copia de las llaves. El portero nos prestó un paraguas porque llovía a cántaros. Caminamos pegaditos uno al otro las trece cuadras que separan mi casa de la de mi hija porque ninguno de los dos tenía la Sube encima.

Cuando llegamos mi hija no se acordaba donde había puesto el juego de llaves. Buscó y buscó y no quisimos incomodarla más y le pedimos algo de dinero porque ya no solo tenía hambre mi amigo sino yo también. Mi hija nos invitó a almorzar pero mi amigo se había antojado con la paella a la valenciana.

Volvimos caminando más relajados porque había parado de llover y decidimos, por fin, ir a comer, pero mi amigo, de tantas vueltas que dio, no recordaba dónde estaba el restaurante. Después de recorrer cinco establecimientos lo encontramos. Cansados pero anticipando el deleite del manjar nos paramos frente a la puerta. No había ningún cartel anunciando la paella a la valenciana. Al preguntarle a un mozo tuvo la amabilidad de informarnos que la oferta era válida hasta las 14 hs. Y señaló el reloj: 14: 05.

Sin desanimarnos fuimos a la plaza, buscamos un banco que no estuviera mojado y nos dispusimos a tomar mate. Pero me había olvidado la bombilla.
Entendiendo que el destino nos decía que cada uno se ocupase de sus cosas quise que mi amigo comprara una nueva Sube pero en todos los lugares había un cartel intimidatorio que decía: ACA NO SE VENDE NI CARGA SUBE. NO INSISTA. Tampoco hubiera podido comprarla porque ahí me di cuenta que había dejado el dinero que me prestó mi hija en el baño de su casa cuando me fui a lavar las manos antes de partir. Soy muy aseado.

Mi amigo decidió ir a su casa caminando. Estaba a solo setenta y cinco cuadras.
Se olvidó de darme el paraguas y yo me olvidé de pedírselo. ¿Qué le diría al portero? No tuve problemas porque el encargado se olvidó de reclamarlo.
Empecé a buscar un cerrajero pero en mi barrio todos descansan durante la hora de la siesta y tuve que esperar hasta las cuatro para que abriesen.

Cuando al fin pude lograr que el cerrajero abriera la puerta de mi casa sonó el teléfono. Era mi amigo que se había llegado a su casa, hablaba agitado pero no era por la caminata. “No sabés lo que están pasando en la tele”. “¿Qué?” le dije mientras veía como el cerrajero hacía hábilmente su trabajo. “Dice crónica en letras grandes que los comensales de ese restaurante, los que comieron la paella a la valenciana, están todos internados, se intoxicaron. A veces ser olvidadizo te salva ¿no?”

Yo no contesté porque el cerrajero estaba guardando sus herramientas. Empecé a hablarle de cualquier cosa, para distraerlo. Esperaba que el hombre se olvidara de cobrar su trabajo. Pero no, se plantó frente a la puerta de la cocina y me largó la cifra. Yo estaba cansado, mojado, con el estómago vacío y tenía frente a mí un cerrajero que me estaba rompiendo el presupuesto del mes. Inolvidable.