martes, 12 de junio de 2012

Ray, mi viejo amigo


Ray, mi viejo amigo. Te descubrí a los veinte años gracias a otro amigo, Santiago,  con el cual también transitamos juntos cuarenta años de amistad. Tengo la mayoría de tus libros. Los tengo en las viejas ediciones de Minotauro que ya están con sus hojas amarillentas y he tenido que pegar sus tapas con cinta adhesiva de tantas veces que los he releído
Influiste decididamente en mi escritura. Y mirá que paradoja. Yo no escribo ciencia ficción, pero vos tampoco,  vos te escondías en los relatos ubicados en Marte o en el futuro para contarnos la cosas que nos pasan todos los días acá, en la Tierra, hoy. Pero tu prosa poética y climas profundos  nos ayudaron a encontrarnos con nuestra soledad como en “La feria de las tinieblas”, con nuestra rebeldía como en Faherenheit 451 (guardaremos en la memoria todo lo que nos quiten,  todo los que nos quemen), nuestra alegría cuando pintamos el mundo con nuestro propio color como en “Las doradas manzanas del sol”.
Nunca pude conocerte personalmente porque cuando viniste a la Argentina esperé tontamente al último día para ir cargado con mi bolsa de libros deseando que los autografiaras y me encontré que te habías sentido mal y tuviste que regresar  de inmediato a tu país.
Me desilusioné cuando defendiste las políticas de Ronald Regan y recibiste una condecoración de manos de Bush porque no veía como se compatibilizaba tu espìritu libertario con  hombres que despreciaban la vida de los más humildes. Pero como se hace con los amigos, te quise como eras, sin juzgarte.
En la primera edición en la Argentina de “Crónicas Marcianas”, en 1955, Jorge Luis Borges, al prologarte nos dijo: " Otros autores estampan una fecha venidera y no les creemos porque sabemos que se trata de una convención literaria. Bradbury escribe 2004 y sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado.  En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad.”
Tus mejores obras las escribiste a mediados del siglo veinte y parece que hoy nos interpelan en cualquier punto del planeta. Por eso son clásicos y vos un escritor universal.
Pediste que tus cenizas fueran puestas  dentro de una lata de sopa y algún día, enviadas a Marte. Aunque te vayas tan lejos, viejo amigo, acá te vas a quedar conmigo cada vez que relea tus cuentos y novelas, saboreando  muy despacio tu mundo literario  y tratando que no se desprendan ni se pierdan esas hermosas hojas amarillas.