sábado, 25 de febrero de 2012

Romeo y Julieta no morirán (historia del espectáculo El Trombocuentista)

Esta es la verdadera escena del balcón de Romeo y Julieta. Escena que evita la equívoca muerte (perdón Shakespeare) de los jóvenes amantes de Verona, Italia.

Romeo ha logrado trepar hasta el balcón de Julieta.
La redonda luna los ilumina.
Julieta se acerca y suspira (sonido de trombón)
- Julieta- dice Romeo mirándola a los ojos – que bien funciona tu hígado. Tu mirada lo dice todo.
- Y tú amado mío – Julieta deja resbalar sus dedos por el largo cabello de Romeo – verdaderamente has fortalecido tu tonicidad capilar desde la última vez que nos vimos.
- Adoro que te des cuentas de esos detalles – Romeo pega un salto y queda dentro del balcón.
- No hagas ruido, amor mío , o mi padre saldrá enfurecido y puede hacerte daño. Hoy lo ha tenido fatal su colon irritable.
- No me digas eso, hermosa Julieta, no quisiera que me golpee y me produzca una obstrucción intestinal si me clava la daga que siempre lleva en su cintura.
- Ni lo menciones, luz de mi vida –se aterrorizó Julieta - eso me produciría una jaqueca crónica y una suba de presión que me llevaría a una aguda apoplejía.
- Lo bueno que tendría todo eso es que nos internarían en el mismo hospital – se alegró romeo.
- Sí- se ilusionó Julieta- y ya no nos podrían separar. Compartiríamos el mismo respirador artificial .
- Sería maravilloso – Romeo traspiraba de felicidad.
- ¡¡¡Quieren dejar dormir!!! – el alarido vino de las habitaciones interiores- no tomé los somníferos para que un par de tontos me despierte.
- Mi padre – dijo Julieta
- ¿No viene con la daga? – se desilusionó Romeo.
Se miraron con tristeza. Ella no tenía la mirada de hígado resplandeciente de hace unos minutos. El veía esfumarse el sueño de morir desangrado al lado de su amada.
Los invadió el silencio. La luna se escondió tras una nube.
Y ahí sí , sin venenos ni dagas asesinas, Romeo y Julieta se besaron largamente, sin darle más importancia al páncreas, al bolo alimenticio o al jugo gástrico. Se besaron apasionadamente, no como personajes de novela, sino como dos seres de carne y hueso que dejan que el amor les corra por el alma y por las venas.
La luna los espió desde atrás de la nube.
Y disfrutó que había logrado cambiar el final de la tragedia que inmortalizó William Shakespeare.

Escena escrita por Juan Pedro Mc Loughlin, o por la luna, o vaya a saber por quien...